viernes, 10 de octubre de 2014

LETRAS DE OTRAS Y OTROS

Como Murió el Che Guevara



                                                                                                   Por Alberto Híjar Serrano


Cada que se pueda, hay que insistir en que el Che no cayó en combate sino que fue asesinado el 9 de octubre en cumplimiento de la orden del Departamento de Estado yanqui. Para ganar precisión, Adys Cupull y Froylán González, acuciosos investigadores del Che y Julio Antonio Mella, difundieron este año antes del aniversario del asesinato, un relato de lo que ocurrió hora por hora en la escuela de La Higuera donde se esperaban las instrucciones de las reuniones en La Paz entre los generales bolivianos, el embajador de Estados Unidos y sus secuaces.

El día 9, los distinguidos historiadores cubanos difundieron el artículo “Estados Unidos y el asesinato del Che” donde documentan la reunión del 8 de octubre de 1967 en La Paz entre los generales René Barrientos, Alfredo Obando y Juan José Torres con el embajador yanqui Douglas Henderson quien les dio la orden de matar al Che y presentar su cadáver a la prensa.

Otro libro de Adys y Froylán narra con datos precisos y fotos la persecución de la CIA contra el Che (1992) y ahora recuerdan como se acrecentó a raíz de la derrota de la invasión yanqui en Playa Girón y Playa Larga en 1961 y más aún, desde el triunfo de Cuba en 1959. Documentan la organización yanqui de la Operación Cuba en 1962 con George Mc Bundy, asesor presidencial en seguridad nacional, Alexis Johnson del Departamento de Estado, Rosweel Gilpatrick del Pentágono, John Mc Cone de la CIA y Lymman Lemnitzer del Estado Mayor Conjunto. El 19 de enero de 1967, el Departamento de Justicia fue enterado de los acuerdos de asesinar a los dirigentes cubanos. Los gobiernos de Eisenhower, Kennedy y Johnson estuvieron de acuerdo.

En junio de 1967, el agente de la CIA Félix Rodríguez, de origen cubano, fue asignado para coordinar la persecución con el ejército boliviano. En la excelente película sueca Sacrificio, alardea desde Miami su experiencia en la conducción de helicópteros artillados en vuelos rasantes para asesinar vietnamitas, enseña su pistola con la colilla del último cigarro fumado por el Che gracias a un guardia compasivo y desprecia la estrategia guerrillera.

El caso es que el Che y 12 guerrilleros se refugiaron en la Quebrada del Yuro cercados por no menos de 150 soldados. El capitán Gary Prado supo de su ubicación, ordenó el ataque y en la tarde del 8 de octubre encontró al Che herido en una pierna y con su arma inutilizada. Lo condujo de mala manera al helicóptero que lo transportó a La Higuera donde fue encerrado en la escuela. Para intimidarlo aventaron junto a él el cadáver de Aniceto Reynaga y le llevaron amarrado al internacionalista peruano Juan Pablo Chong-Navarro para obligar la respuesta al violento interrogatorio de Rodríguez armado con una bayoneta para defenderse del jalón de pelo al prisionero de guerra que le respondió con un escupitajo.

En la media noche del 8 al 9, narran los historiadores cubanos, Alberto Fernández Montes de Oca, murió por las heridas mal atendidas. La maestra Julia Cortés pudo hablar con el Che quien corrigió una falta de ortografía en el pizarrón escolar. Uno de los soldados que hizo guardia lo trató bien. Finalmente, el sargento Jaime Terán se ofreció para ultimar al Che, pero tembló al estar frente a él puesto de pie para invitar al soldado borracho a que disparara. La instrucción era no hacerlo al rostro. Hace unos dos años, en una misión Barrio Adentro en Venezuela, los médicos cubanos registraron el nombre de un paciente operado de cataratas conducido en silla de ruedas por un joven. Era Mario Terán.

El 11 de octubre, tras amputarle las manos, el cadáver fue llevado y exhibido, una vez limpiado y peinado, en un lavadero de Valle Grande. El médico amputador tiene un hospital en Puebla, México. Se informó a la prensa de una incineración sin testigos pero en 1995, John Lee Anderson entrevistó para el New York Times al General Mario Vargas Salinas quien aclaró que el Che había sido enterrado con 7 compañeros junto a la pista de aterrizaje de Valle Grande. 

En 1997, una misión de forenses cubanos y argentinos 
coordinada por el Instituto de Medicina Legal de Cuba, inició en junio la búsqueda de la fosa común hallada en julio de 1997. Hecha la identificación, el 12 de julio los restos fueron llevados a La Habana y el 17 de octubre fueron depositados en un mausoleo especial en Santa Clara donde el Che comandó la batalla decisiva contra la dictadura de Batista. Los restos fueron depositados en una ceremonia político-militar impresionante registrada en una conmovedora película testimonial donde se repite la frase estratégica de que el Che no fue enterrado sino sembrado para reproducirse.

Revolucionarios argentinos, ex trotskystas en su mayoría, han publicado en lo que va del siglo XXI, testimonios, discusiones y críticas sobre la lucha armada en su país y en una colección nombrada No ficción, reflexionan sobre el Che y en especial sobre la guerrilla del Che y Masetti en Salta, 1964, como titula Daniel Avalos a su libro sobre “Ideología y mito en el Ejército Guerrillero del Pueblo”, primer proyecto de foco guerrillero comandado por el fundador de Prensa Latina adiestrado con un grupo de cinco compañeros para asentarlo en Salta, al norte de Argentina cercano a la selva boliviana. Fundamental resulta en esta historia el libro testimonial de Ciro Bustos, habitante de Salta en su juventud y compañero pintor de todas las confianzas del Che quien pidió a Alberto Granados que lo captara cuando desarrollaba la industria cerámica en Holguín, Cuba.

Entrevistado al principio de la película sueca, aclara que dibujó los rostros de los combatientes para los interrogadores policiacos que ya conocían la identidad de ellos. Agregó rostros inventados de colaboradores argentinos para dificultar las investigaciones. Un apartado de su libro El Che quiere verte, lo titula “La mentira es revolucionaria”. “Todo el mundo mintió. Yo también, claro. Mentí al Ejército, a la CIA, al tribunal y como consecuencia, a la opinión pública. Mentí deliberadamente y por omisión. 
Pero mentí con la intención de proteger intereses externos y de paso, mi vida, no para modificar la historia para mi gloria personal, sino al contrario, a costa de mi orgullo”.

Contrasta esto con los ocultamientos y malversaciones de la historia del Che y del guevarismo. De ninguna manera Bustos delató y sin embargo, su silencio le valió acabar refugiado en Malmo, Suecia. En cambio, Tamara Bunke cayó en combate y Regis Debray, el brillante francés importado para testimoniar y alentar la lucha armada en América, salió de la cárcel con Bustos luego de siete meses para ser recibido en Santiago de Chile por el senador Salvador Allende. Oriana Falacci, “la italiana que entrevistó la historia”, transcribió palabras de Debray contra el ejército boliviano de las que se arrepintió al verlas publicadas.

Ciro Bustos termina el capítulo sobre esto, con las palabras de la periodista italiana sobre el teórico francés: “algún día, lo encontraré a la salida de la Ópera en Paris, vestido con su traje de terciopelo negro y le daré la bofetada que se merece”. El Che quiere verte fue escrito por Bustos entre 2004 y 2005 para contribuir a aclarar al Che y al guevarismo.

Por tanto, hay que asumir al Che y al guevarismo completo con su crítica radical de la economía política contra la ley del valor y por la emulación de los mejores para adoptar todas las formas de lucha puestas en crisis histórica y sin ocultar nada.

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